Le pareció una estancia inmensa, todas las paredes, del suelo hasta el techo, estaban ocupadas por estanterías con libros, de toda forma y color, de todo tipo de lecturas, con todos los autores inimaginables.
Entrar ahí producía un sobresalto importante, era algo más que entrar en un templo, se parecía un poco a estar en un camposanto, pero más recogido.
De algún modo notabas que todo el saber estaba allí, cualquier anotación por pequeña que fuera estaba. Los grandes pensamientos, reflexiones, discursos, arengas...
Su peso, junto con ese olor, cerrado, de mil tintas mezcladas en textos de diferentes orígenes, a papeles perdidos y reencontrados, tras inacabables viajes, lo notabas sobre la espalda.
Una luz mortecina entraba por una claraboya, en el centro de la cúpula del techo, decorado con palabras pintadas, listas para ser usadas en nuevos libros.
En el centro de la estancia, justo debajo, una mesa de considerables proporciones, con sus correspondientes lámparas de pantallas verdes, esperaba a las consabidas ratas de biblioteca.
En aquella atmósfera, aparte del polvo, se respiraba un cierto aire de formalidad, de estar rodeado de grandes citas históricas, ahí no se podía banalizar.
Al principio te sorprendía un poco, pero viendo lo solícitos y eficaces que eran, los aceptabas como lo más normal del mundo.
Con sus minúsculas gafillas y ese aire tan tierno a dibujo animado, te traían los libros solicitados, en un carrito, según tamaño, el porteador era uno o varios.
Cómo los carritos tenían ruedas de goma blanda, desplazándose sobre una especie de canalillos de madera, no producían ningún ruido, ellos además eran muy circunspectos.
De aquella sala se pasaba a otra exactamente igual, atendida del mismo modo, y variando en su contenido, y así de sala en sala, en solución de continuidad sin fin, era un paraiso para bibliófilos.
Hizo su solicitud, poniendo dentro de una cápsula, la palabra de búsqueda, y por un conducto neumático llegó a su destino, y en poco tiempo su pedido fue atendido.
Al no poderse hablar ni producir ruidos de ninguna clase, una simple inclinación de cabeza era toda la muestra de agradecimiento aceptada.
Realmente Firmin había hecho escuela, y sus muchos seguidores se complacían en disfrutar de un lugar único y ayudar en él.
De aquella sala se pasaba a otra exactamente igual, atendida del mismo modo, y variando en su contenido, y así de sala en sala, en solución de continuidad sin fin, era un paraiso para bibliófilos.
Hizo su solicitud, poniendo dentro de una cápsula, la palabra de búsqueda, y por un conducto neumático llegó a su destino, y en poco tiempo su pedido fue atendido.
Al no poderse hablar ni producir ruidos de ninguna clase, una simple inclinación de cabeza era toda la muestra de agradecimiento aceptada.
Realmente Firmin había hecho escuela, y sus muchos seguidores se complacían en disfrutar de un lugar único y ayudar en él.
En increíble. has descrito de tal modo que casi le alargo un apalabra en un papel, para que lo meta en un tubo. Me ha sorprendido que ante mi lámpara verde no hubiera una manita para darme alas.
ResponderEliminarUn abrazo. Es un post precioso. Me ha encantado, Alfred.
Contemplando la foto de una librería fantástica, en el concepto onírico del termino, una serie de hechos se desplegaron ante mi, de los cuales, dejo constancia.
EliminarUn abrazo. Muchas gracias, Albada.
Buena narración del cariño que Firmin, siente por los libros. Muchos humanos, tendrían que imitar a Firmin.
ResponderEliminarUn cordial saludo.
Los humanos, mejor dejarlos estar.
EliminarSaludo fsetivo,
No hay manera de no sentirse identificado con el texto y el personaje.
ResponderEliminarUn abrazo.
HD
Cierto, es un personaje muy logrado, que permite muchas divagaciones.
EliminarUn abrazo.