A lo larga de mi vida había subido muchas escaleras, de maderas nobles, de mármol, de terrazo, de cemento, embaldosadas o enmoquetadas.
Pero ninguna, qué siendo tan sencilla, pudiera ser tan importante para mí y mi futuro próximo, sin ánimo de dramatizar, no subirla me sería vital.
Pero ello no estaba en mi mano, acompañado por un grupo, y siendo observado por un público ansioso, no sería correcto desairarlos marchándome en el momento cumbre.
Así pues afronté mi destino, con el ánimo sereno propio de mi carácter, en los momentos cruciales de mi vida, azarosa hasta este momento.
Subiendo sus peldaños, recordé con intensidad, mil anécdotas de mi existencia, a cual más sorprendente, y que no me importaría repetir al momento.
Es curioso cómo en ciertos momentos de cierta tensión emocional, aparece todo lo vivido, en una película pasada a cámara rápida, sin hacer pausa en ningún fotograma.
De todo esto, pronto no recordaré nada, no es que tenga mucha importancia, dadas las malas criticas que mis últimos actos han merecido, pero las cosas son cómo son.
Al llegar a la planta superior, me esperaba un comité de recepción muy circunspecto, gente seria de la que no sabe reír, para distender los momentos trágicos.
Encima, tenía que soportar un hombre de negro, de esos que van con el libro en la mano y se empeñan en decirte lo que has de hacer y lo que no.
Les dije que procuraran dar el acto por acabado, lo más rápidamente posible, pero no atendieron a razones y se limitaron a cumplir con el protocolo establecido.