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Viernes Santo, pensamos inocentemente, que es un buen día para visitar el Reial Monestir de Santa María de Poblet.
Viernes Santo, pensamos inocentemente, que es un buen día para visitar el Reial Monestir de Santa María de Poblet.
Sera por la historia que destilan sus piedras, por la amplitud del recinto, la serenidad que se respira en su ambiente, su noble entrada, los viñedos que la circundan, las tumbas de los nobles de la realeza, la ausencia de beatería, o de parafernalia nacionalista.
Es un lugar en el qué te sientes copartícipe de una identidad, tiene algo que te hace volver cada cierto tiempo, para redescubrirlo y meditar entre sus paredes.
Te invade una sensación de bienestar cultural, y paz espiritual a la vez qué física, cuando te encuentras, ya sea entre sus muros como fuera, pero en su entorno.
La verdad es que ha sido un desplazamiento difícil, en un día climatológicamente triste, hemos llegado envueltos en un torbellino de piedra, siguiendo una senda de roderas marcadas sobre una carretera blanca totalmente, bautizada por el granizo, qué la había hecho suya, haciendo desistir a muchos conductores de su uso.
La vista del monasterio, con su patio de entrada vacío, impresiona más, se ve solemne y muy grande.
Quietos, con los paraguas enhiestos, desafiando las inclemencias del tiempo, observamos con humildad la magnificencia de las piedras que forman el conjunto arquitectónico, desarrollado en etapas sucesivas. Marcados por un denominador común, la humildad.
El Monasterio de Poblet rinde pleitesía al color de tus manos en la mañana de granizo y racimos en flor.
ResponderEliminarTe despierta el borde de tu camisa y los recuerdos de un tiempo en que ser y estar eran el mismo verbo.
Y te sentiste. Y fuiste.
un abrazo Alfred.
Las piedras no hablan, pero nos recuerdan lo que acogieron esos muros, fueron importantes testigos de una riqueza que asombraba, una cultura basta, el reposo de unos reyes y el destrozo por una mala decisión.
ResponderEliminarPero tienes razón, hay que sentir y ser. Un abrazo.