Fotografía (7)

Lo primero que se nos ocurre, es llamar a la policía local, dado que se aprecia a simple vista desde donde estamos, que esos restos humanos, devorados en gran parte, suponemos que por las ratas, llevan bastante tiempo ahí.
Cómo nada es fácil, estamos sin cobertura, y nuestros teléfonos son un juguete del futuro en un pasado ingrato.
El espectáculo es bastante desagradable, y me vienen a la boca los sabores asimilados a lo largo del día, pero mezclados y con ganas de salir.
Mi compañero, hombre curtido en muchos frentes, me mira con cara displicente, pidiéndome que abandone el corral, para dejar mis miserias al aire libre.
Supongo que eso me salvó, mientras estaba con las manos apoyadas en una pared de piedra, dejando los restos de comida por digerir, oí como el ruido que tanto me inquietaba resurgía, y cuando estaba en una pequeña acequia para el ganado, refrescado la cara con el agua que barboteaba del caño, entonces oí, por encima de cualquier otro ruido, un estruendo provocado por los disparos de la escopeta dentro del local.
Voy corriendo, entro con cuidado, inclinado para ofrecer la mínima visión de mi persona , y ante la ausencia de mi compañero en el altillo me asomo con miedo, viéndolo utilizar la escopeta de caza, cómo un bate de béisbol, contra lo que parecían unos seres humanos medio robotizados, con andares forzados, caras ensangrentadas, cuerpos sanguinolentos  y  vestidos con harapos.
De momento no se percataron de mi presencia, entretenidos como estaban en su pelea con el hostelero, al cual tras soportar sus golpes, consiguieron neutralizar y con su propia escopeta partirle el cráneo  ante mi aterrorizada mirada.
Cuando una vez anulada su resistencia, empezaron a comérselo, no pude más y salí corriendo, atranque la puerta todo lo que pude y baje al galope hacia el pueblo.

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